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El término reflejo se define como la respuesta automática e involuntaria que realiza un ser vivo ante la presencia de un determinado estímulo. El reflejo implica generalmente un movimiento, aunque puede consistir también en la activación de la secreción de una glándula.[1]
Como ejemplo de reflejo que implica el movimiento, puede citarse el de prensión palmar que consiste en que al aplicar presión en las palmas de las manos con un objeto, se desencadena una flexión espontánea de la mano que se cierra tratando de atraparlo.
Este reflejo es característico de los niños recién nacidos y se pierde a partir de los cuatro meses. Entre los reflejos que provocan la activación de una glándula, puede citarse el reflejo de secreción láctea que consiste en la respuesta de la glándula mamaria que produce leche ante el estímulo de succión del pezón por parte del niño.[2]
Los reflejos pueden ser de carácter innato o adquirido. Un ejemplo de reflejo innato sería alejar la mano de una superficie caliente. Un reflejo adquirido o condicionado sería pisar el freno del coche tras observar la luz roja en un semáforo. Este reflejo se va adquiriendo a través de la experiencia durante el proceso de aprendizaje en la conducción, llega un momento que el acto se realiza de manera automática sin que debamos pensar antes de llevar a cabo la acción.[1]